
Un General Atomics MQ-9 Reaper en la pista. Un MQ-9 similar fue derribado esta semana sobre el mar Negro. Crédito: Patrick Fallon/Reuters
Un avión de combate de Rusia Sukhoi Su-27 obligó este martes a un dron de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos a descender sobre el mar Negro.
Altos mandos estadounidenses no tardaron en culpar a Rusia: el general James B. Hecker, comandante de las Fuerzas Aéreas de EE.UU. en Europa y África, dijo que el vuelo "inseguro y poco profesional" de la aeronave rusa casi causó un accidente entre el Su-27 y el Reaper. El Mando Europeo de EE.UU. afirmó que uno de los dos aviones rusos que seguían al Reaper voló intencionadamente delante del dron y le arrojó combustible varias veces.
El Departamento de Estado de EE.UU. convocó al embajador ruso en Estados Unidos, Anatoly Antonov, por el incidente. Y en comentarios al día siguiente, el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, advirtió que las relaciones entre Moscú y Washington alcanzaron su "punto más bajo".
Pero ¿el punto más bajo desde cuándo? ¿Desde la anexión de Crimea por Moscú en 2014? ¿Desde la intromisión del Kremlin en las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016? ¿O quizás desde la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia el año pasado? Con Estados Unidos y Rusia tocando habitualmente fondo en lo que respecta a las relaciones bilaterales, quizá necesitemos nuevos superlativos para describir lo mal que están las cosas.
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